Una gata semi-salvaje que vivía en el asram en el que me estaba alojando dio a luz a 4 gatitos, con la suerte de que una de las crias nació muerta. Las personas que asistieron a la situación decidieron enterrarlo, con su ritual correspondiente. Durante ese mismo día, algunas de estas personas estuvieron pendientes de la gata y su camada, poniéndole toallas donde estar más cómoda, creando un entorno protegido, dándole mimos todo el día, poniendo el ventilador cuando hacía calor, cerrando las ventanas cuando hacía frío, etc. Todas las comodidades que cualquiera pudiera necesitar… bueno, quizás no cualquiera. Esa misma noche la gata trasladó a toda la camada a una esquina de mi habitación, detrás de la mochila, ¡en el frío suelo de mármol!. Aquí vino mi primera reflexión:
¿cuántas veces ayudamos de más? ¿y desde donde lo hacemos entonces? Tal vez en base a sentirnos útiles, a dar el amor que necesitamos, pero no tenemos, y/o a no sentir nuestro propio dolor.

Al día siguiente se dio una nueva circunstancia: otro de los gatitos también murió, a lo que propusieron retirarlo y enterrarlo. Finalmente, la decisión fue que dejaríamos que su madre hiciera lo que creyera conveniente con él. Ella continuó limpiándolo cada poco, cuidándolo, y siguiendo con su propio proceso ante la pérdida. Al día siguiente me sorprendió lo que vi: sin entrar en detalles, todo indicaba que la madre se había comido a la cría fallecida. ¿Reacciones, juicios?
Entonces vino una segunda reflexión: ¿cuántas veces interferimos en los procesos de los demás? La existencia es mucho más sabia que nosotros y por supuesto que nuestras creencias y juicios. En ocasiones las personas sólo necesitan pasar un duelo, superar una pérdida… pero nuestra reacción aprendida es que se sientan “bien” a toda costa.

La última situación que me hizo reflexionar se dio cuando una de las personas, en constante preocupación por el bienestar de la familia felina, dejó de hacer un viaje porque sentía que no podía abandonarles, tal vez entonces les pasaría algo. Y vinieron entonces mis ultimas reflexiones al respecto:
¿cuántas veces me he abandonado a mí mismo queriendo dar a los demás algo que tal vez no necesitaban? ¿desde dónde estaba dando entonces?
Ahora veo claro que no lo estaba haciendo desde el amor, sino desde mi carencia de amor, desde querer ser útil y valorado, desde evitar mi propio sufrimiento (de ver al otro sufrir, según mi propio juicio)

Uno de los grandes aprendizajes de este viaje es que las personas no necesitan “estar bien”, ni ser calmadas o distraídas, no tenemos que actuar (en nuestro perjuicio) para evitar su malestar. Las personas únicamente necesitan ser acompañadas y escuchadas en sus procesos.

Nadie es responsable de la felicidad de nadie.

Sólo desde nuestra propia felicidad, desde la compasión, desde entender que cada uno tenemos nuestros procesos, podemos actuar.

Entonces sí, podemos acompañarles para que encuentren su propia felicidad.

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