Hoy he pasado el ecuador del camino a Santiago. Y esta ha sido una etapa difícil, no por ser una etapa tediosa caminando al lado de la carretera nacional, tampoco por haber tenido un viento helador de frente. Y es que hoy he amanecido con tristeza… y con la tristeza he salido a pasear/vivir.

Porque no se trata de «como estoy triste, pues hoy no camino/vivo», ni tampoco se trata de «como no tengo razones para estar triste, voy a pensar en positivo. Porque no, aunque seguro que podría buscar una razón por la que estar triste (cuando la tristeza nos atraviesa, cualquier cosa que suceda puede ser el foco de nuestra tristeza, pues todo lo vivimos a través de esta emoción) esto iba de una emoción libre de pensamiento, pura sensación física en la parte alta de mi pecho.

Y atravesando la tristeza (o ella a mí, no lo tengo claro), simplemente sintiéndola sin evitarla, he ido caminando kilómetro a kilómetro, pasito a pasito.

Tras casi 20km en las condiciones de aburrimiento y viento, he hecho una segunda parada para tomar un respiro y estirar. Para mi sorpresa, al revisar el móvil para ver cuánto me quedaba, he visto que tenía un mensaje de mi maestra de Kundalini Yoga. Sin saber muy bien por qué exactamente (ni falta que hace) al escucharla de pronto he sentido que la tristeza se abría de par en par y he roto a llorar: vacío de pensamiento, me he convertido en el llanto durante unos segundos… Y ya.

A partir de aquí, la tristeza se ha esfumado como si, al abrirse, el viento se la hubiera llevado volando. Y entonces he hecho los 6km en las mismas condiciones de tedio y viento, pero una energía desbloqueada y fluida.

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