Ayer tuve la oportunidad de visitar tres iglesias y, no puedo decir que no pueda encontrar lo divino en la belleza de algo construido por el ego de los hombres creyentes, creyentes de la posesión de la verdad.
Sin embargo, me resulta más fácil conectar con lo divino en el río que me ha acompañado a lo largo del camino de hoy.
Puedo escucharlo en mis oidos junto con el cantar de los pájaros. Puedo sentirlo en la gélida sensación en mi cara y mis manos incrementada por el frío viento. Puedo verlo en la belleza de la vida brotando de la naturaleza en forma de flor.
Puedo sentirlo en la sensación de agotamiento durante los últimos kilómetros antes de llegar al destino de hoy.
Puedo encontrar lo divino en la sed que se sacia con un fresco trago de agua, o en el hambre que con una fruta dulce se diluye.
Puedo verlo en la luz del sol que ilumina mi camino de madrugada a través de su reflejo en la luna, o en mis pupilas dilatadas cuan animal nocturno para poder ver el camino en la oscuridad cuando la luna se esconde al otro lado del mundo.
Porque lo divino se encuentra más fácil cuando no se busca ni se trata de encerrar entre cuatro paredes.
Simplemente aparece cuando se le permite mostrarse.
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