¿Se puede vivir sin sufrir? ¿Y vivir sin dolor?

Sin duda, si a la primera y creo que no a la segunda. Aunque siempre dependerá de lo que entendamos por cada una de las ideas, así que paso a explicarme cómo más me gusta, con un símil de mis experiencias, que este castaño bajo el que he parado me ha recordado.

Un día caminaba por el monte descalzo y llegué a una zona donde el camino pasaba por debajo de varios castaños, cuestión de la cual me di cuenta porque sentí varios pinchos en mi pie. Pasé como pude y continúe mi marcha.

A la vuelta a casa me dediqué a buscar los pinchitos que traía en mi pie. Ese día saqué cinco, que con el paso de los días se convirtieron finalmente en unos quince.

¿Cómo crees que los encontraba? Pues con el dolor que me producían al contacto del suelo o con el tacto de mis manos. ¡¡Y bendito dolor!! Si no, ahí se quedarían hasta infectarse (generando paradójicamente un dolor mayor)

Ahora ¿te imaginas que a cada pincho que me dolía, en lugar de sacármelo empezara a lamentarme porque me duele? Porque me tenía que haber dado la vuelta o haberme protegido los pies. Y entonces quedarme en estos lamentos en lugar de buscar dónde está el pincho que duele.

Pues lo primero sería el dolor, del tipo que sea. En este caso me hago cargo de lo que me sucede, de lo que me duele, y le presto la atención que se merece, solucionando de una forma simple el problema.

En el segundo caso, entraría en el drama, la culpa o en el victimismo, metiéndome en un círculo sin salida, que ni de lejos resolverá el origen del problema ni mucho menos el dolor actual.

Así que desde mi perspectiva personal, el dolor está ahí para mostrarme inevitablemente algo que necesita ser mirado, observado, abrazado. El sufrimiento, sin embargo, será la reacción frente a este dolor que, lejos de resolver el «problema», tiende a hacerlo más grande de lo que realmente es: no tiene tamaño alguno.

Suscríbete para estar al día de todas las novedades y reflexiones