Tumbado sobre una roca a orillas del Ganges observo como un toro desciende entre rocas y arbustos hacia la arena. Una vez en la playa, éste empieza a embestir contra un montículo de arena en repetidas ocasiones. Mi percepción de la situación: hermosa inteligencia natural, el toro está descargando su rabia contra la arena.

A pocas rocas de mí se baña un chico local que, al observar el comportamiento del toro decide llamar su atención con un par de paquetes de galletas, que ofrece y deja sobre la arena sin esconder su miedo a ser atacado. El toro, tras su dosis de azúcar, decide volver hacia el montículo y continúa con sus embestidas. Un nuevo paquete de galletas se le ofrece sobre una roca cercana, con la huida proporcional al miedo que este chico le tiene.

No puedo contener mi curiosidad y decido confirmar mi percepción de la situación ¿por qué le ofrece las galletas? Me acerco a él y, con sólo decirle que tengo una curiosidad me responde a la pregunta no formulada: tiene miedo de que el toro, rabioso, se vuelva loco y venga a atacarnos. Le expongo mi idea de que es mejor que descargue la rabia contra la arena, así no la descargará con nosotros. A lo que me surge la siguiente pregunta… que una vez más es respondida sin ser formulada: no se permite su propia rabia; chico de negocios siempre con buena cara en el trabajo, responsable de una familia donde no se permite enfadarse, rodeado de un mundo espiritual de pensamiento positivo… relajando toda esta tensión escondido en la marihuana que, según me dice, no consigue dejar.

Mientras conversamos sobre ello, el toro se sitúa a mi lado llamando mi atención, con signos de pedir cariño. La conversación cesa y, en pocos minutos, mi atención se centra en el toro. Le acaricio con tranquilidad y total presencia, mientras le hablo reconociendo su rabia. Tras tumbarse y cerrar poco a poco los ojos, su respiración se va haciendo más calmada y profunda… hasta terminar dormido a mi lado.

Esta experiencia me hizo reflexionar sobre algo que vengo observando a lo largo de las experiencias de este viaje: al aceptar y reconocer mis propias emociones, cada vez me resulta más sencillo conectar y abrazar las emociones de los demás. Al hacerme responsable de mí mismo, estoy aprendiendo de forma orgánica a no tomar de forma personal los procesos de los demás, comprehendiendo que, en última instancia, no soy responsable de sus emociones.

Cuando estamos atravesando un momento de miedo, rabia, tristeza, etc. no es azúcar lo que necesitamos para salir de ahí, sino que seamos escuchados, reconocidos y abrazados con verdadera compasión, hasta que aprendamos a reconocernos y abrazarnos a nosotros mismos.

«A veces no necesitamos que alguien nos arregle, sólo necesitamos que alguien nos quiera mientras nos arreglamos nosotros mismos» Julio Cortazar

Suscríbete para estar informada de todas las novedades y reflexiones