Si llenas un vaso con agua turbia, no puedes ver con claridad a través de él. Mientras exista agitación, el agua permanecerá turbia. Sin embargo, si dejas reposar el vaso en calma, poco a poco los sedimentos irán decantándose en el fondo y el agua se irá aclarando. Tras unos minutos, se puede ver con claridad a través del agua limpia, se puede ver la luz.
De igual manera, mientras estamos en la actividad continua del día a día, no podemos ver con claridad las situaciones que vivimos. Sólo cuando paramos podemos comenzar a ver con perspectiva las experiencias que atravesamos.
Hoy me ha dado por pensar sobre el fango que pocas veces se menciona, la oscuridad de la que nadie habla mientras busca la luz. ¿Qué nos ocurre cuando empezamos a ver nuestra oscuridad? ¿Cómo actuamos sobre aquellas emociones que nos incomodan: el miedo, la rabia, el dolor, la tristeza…? Cuando paramos lo primero que podemos ver antes de que el agua se aclare completamente, es el barro sedimentándose en el fondo. Y mirar de frente nuestro fango oscuro nos incomoda, duele, así que rápidamente nos ponemos en acción y removemos de nuevo el agua del vaso: deporte, ayudar a los demás, hablar con alguien, TV, redes sociales…
“No te enfades”, “no estés triste”, “anímate”… Hemos aprendido que no es bueno “estar mal”, que tenemos que mantenernos alegres y positivos. Aprendemos a buscar la luz en el exterior, ahí fuera están todos los estímulos posibles para mantenernos artificialmente felices.
Hemos aprendido que lo mejor para estar bien es no pensar y en realidad nos hemos olvidado de sentir.



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