Imagínate una habitación oscura. Una habitación en la que, cada vez que algo no te gusta, abres la puerta y lo lanzas dentro, así sin mirar.

Ahora imagina que algo o alguien te recuerda alguno de esos objetos, y decides ir a buscarlo. Enciendes una pequeña linterna y ves tal caos que decides apagarla de nuevo y cerrar la puerta. Cada vez que abres la puerta en busca de algo, te das media vuelta. Cada vez que algo no te gusta, lo lanzas dentro. Y así día tras día, semana tras semana, año tras año…

Y llega el día que necesitas ese cuarto, que te has cansado de tenerlo inutilizado lleno de cosas inservibles. Que es hora de utilizar toda tu casa!

Así que empiezas por entrar con una vela. Con ella puedes ver los bultos y cosa más grandes, pero no te da para ver los detalles. Entonces pruebas con una linterna, ahora ya puedes empezar a ver cosas, a mirarlas de cerca, ver si aún son válidas o las tiras. Y poco a poco vas ordenando el caos.

Y entonces decides encender la luz y… madre mía! Cuántas cosas y cuánta suciedad acumulada que no se veía! Casi te dan ganas de volver a cerrar la puerta, pero no (o si, un descanso también viene bien). Ya no hay marcha atrás. Decides mirar los detalles más pequeños y dejar la habitación lista.

Con las emociones no gestionadas, los llamados traumas o heridas, nos ocurre lo mismo. Preferimos no darles luz y no verlas, pero un día nos damos cuenta de que nuestra casa, el corazón, está a medias, está llena pero se siente vacía.

Cuando le damos luz, asusta, parece inabordable. Y cuánta más luz, más cosas vemos! De alguna forma, a más luz, vemos más «oscuridad» y parece interminable.

Paso a paso vamos poniendo las cosas en su lugar, dejamos ir cosas, cambiamos la perspectiva de otras… y vaciamos la habitación, bien para poder invitar a alguien, o para disfrutar a solas de nuestro hogar en plenitud ❤️

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