Hace unas semanas conversaba con un grupo de personas sobre el nacimiento de los seres humanos como seres puros, libres del tan de moda llamado Ego, y mi reflexión al respecto fue la siguiente: aún sin entrar en vidas pasadas o la carga ancestral, ya nacemos habiendo compartido con nuestra madre todas las emociones vividas durante el embarazo. Recibimos múltiples señales químicas generadas en función de su estado emocional y grabamos en nuestras células recién creadas esta información como si fueran nuestras propias emociones. Y entonces nacemos cargados con las primeras piedras en lo más profundo de la mochila, dando a luz a su vez a nuestro Ego.

Durante los primeros años de vida se continúan grabando con fuerza las vivencias en la relación con nuestro padre y aún con más fuerza con nuestra madre, así como la relación entre ellos, sus expectativas para con nosotros, y todas las creencias que ellos cargan de sus experiencia de vida, junto con los sentimientos de abandono, celos con hermanos, castración de emociones, etc. Colocamos así las siguientes piedras en nuestra mochila.

Y con estas piedras en nuestro subconsciente comenzamos a caminar, condicionando las experiencias de vida que vengan a continuación y no haciendo otra cosa que aumentar el peso a cargar. Entonces nuestro entorno social y familiar nos ofrece nuevos lastres para ser aceptados y encontrar la tan deseada felicidad: se bueno, estudia, encuentra una pareja que te de amor, ve a la universidad, consigue un buen trabajo (y, por supuesto, ¡no lo sueltes!), compra una casa (endéudate)… junto con todas las creencias religiosas (ya sea por castración o por aversión/rebeldía hacia ella), así como los medios sociales y de información cargando cada vez un lastre mayor haciendo que el caminar se haga cada vez más pesado. A mí, sólo de escribirlo !ya me pesa!

Con todo esto y llegado a un punto en mi vida en el que había conseguido aquello que en teoría debería hacerme feliz, pero aún con un vacío en mi interior, decido emprender un viaje en el que, más allá de descubrir nuevos lugares y paisajes, me permita tomar distancia de los condicionamientos sociales y familiares, hacer conscientes cada una de las piedras que me impiden caminar con libertad hacia donde decida dirigirme y soltarlas en la medida de lo posible. Salir del entorno de trabajo y vida social, salir de la actividad continua dentro del rebaño, para poner conciencia en todas mis acciones y relaciones humanas y permitirme el espacio necesario para vivir mis emociones al respecto.

Ya embarcado en esta experiencia, me nacen las ganas de compartir la luz del camino, escribiendo sobre las experiencias que me van ayudando a soltar lastre, así como las reflexiones que van iluminando el interior de la mochila. ¿Te animas a compartir el camino?