Cuando arrojamos luz sobre algo, si el punto de vista es coincidente con el foco de luz, aparentemente no hay sombra, aunque si miramos de cerca, podemos ver que detrás se intuye una sombra.

Si movemos el foco de luz respecto al observador, entonces se empieza a ver la sombra de forma clara.

Cabe pensar que si arrojamos luz adicional, está sombra puede desaparecer. Paradójicamente lo que tenemos son dos sombras.

Cuantos más focos de luz arrojemos, no solo no desaparecerán las sombras, sino que se crearán tantas sombras como puntos de luz haya.

Iluminar no consiste tanto en eliminar las sombras, sino en verlas, mirarlas y abrazarlas como parte inherente de lo que somos.

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